La extraordinaria arquitectura de Hallgrímskirkja, la más alta e insólita iglesia de Islandia, se alza en el centro de Reykjavík, magnífica, imponente, haciéndose visible a lo largo de 20 kilómetros a la redonda, llamando al viajero para sorprenderlo con su belleza exótica. Su presencia sobrecogedora y sus formas emuladoras de lava basáltica, provocan asombro y desconcierto a partes iguales. Blanquísima, Hallgrímskirkja se recorta en el cielo azul y la luz intensa de primavera con la que nos recibe hoy Reykjavík, nos deslumbra y suscita en nosotros una curiosidad que nos empuja a buscarla y penetrar en ella para descubrir sus secretos.
En nuestro viaje a Islandia en campervan, la primavera amaneció magnífica en el día entero que dedicamos a Reykjavík, lo que nos permitió descubrir la iglesia luterana de Hallgrímskirkja en su máximo esplendor. Eso que habíamos visto fotografías de ella unos días antes, friolera bajo un espectacular temporal de nieve. También así lucía hermosa, tanto como hoy desde lo alto de la terraza del Perlan – reserva de agua caliente de Reykjavík que, situada en la montaña Öskjuhlid, desde su cúpula de cristal y sus 25 metros de altura, ofrece vistas panorámicas de la capital -. La primera vez que la veíamos, extravagante entre las casas de colores de Reykjavík, y un magnífico escenario de montañas nevadas y océano que se extende al oeste hasta Groenlandia y América.
Y a medida que nos acercábamos a Hallgrímskirkja el asombro ante su arquitectura fue aumentando. Nunca habíamos visto un diseño similar, con esos singulares perfiles y relieves. Parados, en la plaza donde se erige Hallgrímskirkja, seguimos sus 73 metros de altura a lo largo de su inmensa torre. Si no supiera que es una iglesia, podría pensar que es alguna de esas muchas formaciones fascinantes que se crean cuando la lava se enfría en las rocas basálticas, las cuales nos encontramos a lo largo de nuestro road trip por Islandia, que no dejaron de maravillarnos en ningún momento. Pocos días después las veríamos en las playas de Vík y Myrdal, en las columnas de Reynisdrangar.
Paseamos por la plaza de Austurvöllur, rodeando la iglesia de Hallgrímskirkja, perdiéndonos despacio en sus formas que nos conquistan con su extrañeza. El arquitecto Guðjón Samuel, autor también de otros edificios importantes de Reykjavík: el edificio principal de la Universidad de Islandia y el Teatro Nacional, se inspiró precisamente en los flujos de lava tan propios de los paisajes de Islandia. Y aunque la diseñó en 1937, la construcción de Hallgrímskirkja comenzó tras la Segunda Guerra Mundial, en 1945 y se prolongó a lo largo de varias décadas hasta 1986, con la torre concluida antes que el resto de la iglesia. Los requisitos exigidos por el Parlamento islandés para la construcción de la iglesia eran que debía tener una gran capacidad y que su torre tuviese una altura suficiente para transmitir señales de radio. Desde luego estamos ante la iglesia más grande de Islandia.
Al contrario de muchas iglesias católicas, que llevan el nombre de un santo, Hallgrímskirkja evoca al clérigo y poeta islandés Hallgrímur Pétursson del siglo XVII, famoso por sus bellos himnos.
La plaza de Austurvöllur en la que se encuentra Hallgrímskirkja es un lugar de encuentro y de paso de islandeses y visitantes, de la que parte una de las más animadas calles de Reykjavík: Skólavörðustígur. En la plaza se erige la estatua de Leif Eiriksson, quien al parecer fue el primer europeo que descubrió América en el año 1000 a.C., quinientos años antes que Cristóbal Colón. La estatua fue un regalo de Estados Unidos a Islandia en 1930 para conmemorar el milenio de la creación del Alpingi, el parlamento más antiguo de Europa.
Desde una esquina de la plaza Austurvöllur recordamos algún chiste islandés que compara la iglesia de Hallgrímskirkjacon una foca sin su pelota, quizás sí recuerde un poco. En todo caso, asombrados por el extraño y magnífico exterior de la iglesia de Hallgrímskirkja, entramos ahora para conocerla de cerca. Grandes sorpresas nos aguardan.
En el interior de Hallgrímskirkja
Hallgrímskirkja es espectacular gracias a su verticalidad y luminosidad, a pesar de su interior sencillo, límpido. Apenas hay decoración, en medio de la sobriedad tan sólo un gigantesco órgano de tubos llama la atención. Construidos por el constructor de órganos alemán Johannes Klais de Bonn, el órgano de Hallgrímskirkja se eleva a 15 metros de altura y es capaz de producir un sonido poderoso que llena el enorme espacio de la iglesia gracias a sus 5275 tubos. Otro de los elementos decorativos destacables es la estatua del Mesías, obra del escultor Einar Jonsson.
La sencillez de la belleza del interior de Hallgrímskirkja se ve iluminada por las vidrieras de la entrada, de las puertas de la nave, del púlpito y del frente, trabajo de Leifur Breiðfjörð.
Hallgrímskirkja, además de ser una de las iglesias más importantes de Islandia, es también escenario de diferentes eventos artísticos. Nos hubiera gustado quedarnos a escuchar algunos de los conciertos que se organizan en ella, aunque pudimos ver una muestra de arte en la entrada de la iglesia de la que es responsable la Hallgrímskirkja Art Gallery (1996).
Nos quedamos un buen rato sentados en los bancos con decoración de madera que recuerdan también las columnas basálticas naturales, haciendo juego con el exterior de Hallgrímskirkja. Frente a la tienda de souvenirs, admiramos dibujos de la iglesia enmarcados, variaciones libres de distintos autores. Nos dirigimos después al ascensor que nos llevará a lo alto del faro de Reykjavík.
Hallgrímskirkja. Una ventana abierta a Reykjavík
Subimos por las entrañas de Hallgrímskirkja hasta la torre del campanario, con sus tres enormes campanas, llegamos a su reloj con carillón, que desde la plaza veíamos alto y que escucharemos tocar a lo largo del día. La gente se asoma a su esfera transparente para ver un trocito de Rekjavík. Nosotros nos precipitamos por unas escaleras a las torres, un espacio sencillo, elemental que parece que no tiene nada que ofrecer.
Sin embargo, unos ventanucos rodean el campanario, y Hallgrímskirkja se convierte de pronto en una ventana a Reykjavík. Nos asomamos y la capital de Islandia se muestra esplendorosa, las montañas nevadas, el océano centelleante ante este inesperado día de primavera polar – Islandia nos sorprende con todas las estaciones del año en un solo día; la semana que estuvimos allí fue una locura magnífica de sol, lluvia, viento y nieve, aunque por suerte abundaron los días luminosos y relativamente cálidos -.
Los colores de las casas de Reykjavík nos regalan un panorama único que apenas podemos ver desde otro lugar de la capital de Islandia. Rojos, amarillos, verdes, azules, naranjas,…en casitas con tejados a dos aguas. Reykjavík no es en absoluto esa ciudad invadida por rascacielos, sus barrios de casas individuales y edificios bajos le dan un encanto a la villa que también podemos encontrarnos en capitales escandinavas. Reykjavík, dentro de su sencillez, nos enseña casas tradicionales que veremos en otros pueblos de la isla, un estilo atractivo que nos conquista.
A través de los ventanales los islandeses nos muestran sin vergüenza sus vidas sin cortinas, dan ganas de asomarse a ellas para comprender mejor su amor por esta tierra de hielo y fuego. Caemos en la cuenta que ellos miran también cada día este monumento imponente que se alumbra por las noches y termina convirtiéndose en el faro de Reykjavík.
Pasmados recorremos todos los ventanucos de la torre de Hallgrímskirkja, nos asomamos a cada uno de ellos para ver un pedacito de Reykjavík y después unir las partes en un solo panorama. El puerto, el Parlamento, el moderno edificio del auditorio Harpa Concert Hall hecho de cristales que juegan con la luz y nuestros sentidos, el lago Thorlin y las casas que lo rodean,…
Podemos sentir la placidez que se respira en la ciudad de Reykjavík, una ciudad que hoy palpita para nosotros, en seguida bajaremos la inmensidad de Hallgrímskirkja para perdernos en el corazón de la Islandia urbana. Un largo día nos espera para fundirnos en ella y buscar los rincones que pudimos visualizar desde lo alto del faro de Reykjavík.
Todavía nos quedamos un rato más en el campanario de Hallgrímskirkja, podemos ver su sombra dentada en la plaza, se mira a sí misma como si Reykjavík fuese su espejo. Nosotros, felices por haber descubierto su reflejo, nos retiramos con las imágenes todavía luminosas de Reykjavík en nuestra mente. Se quedarán durante mucho tiempo, tanto como el fascinante viaje a Islandia, que recordaremos como uno de los más cautivadores. Veremos todavía la iglesia de Hallgrímskirkja, desde cualquier rincón de Reykjavík, fragmentada, lejana, bella, espléndida.
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